lunes, 22 de noviembre de 2010

El evangelio mexicano según Reygadas.




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México es paradójico de origen, un pueblo sincretista buscando la conciliación de sus orígenes mesoamericanos y mediterráneos, de fe pagana y monoteísta, de fascinación y miedo a la muerte. Tierra mestiza y surrealista, ha cultivado y atraído arte por décadas. Una arcaica predilección por lo bidimensional heredada desde la era mesoamericana se tradujo en grandes pintores y posteriormente, fotógrafos. El siglo XX marcaría el despegue de un nuevo formato de representación visual en el país: el cine.

La evolución de la cinematografía nacional ha sido un proceso de altibajos. Tras un inicio de siglo turbulento, México y su industria fílmica levantarían en los años cuarenta. La Segunda Guerra favorecía el desarrollo de nuevos nodos de producción fílmica, y una generación dorada de directores, actores y cinefotógrafos forjarían la imagen del país ante el mundo. México aparecía rural y agreste, pintoresco y melodramático. El estereotipo creado durante el esplendor cinematográfico de mediados de siglo permanecería por décadas en el imaginario colectivo mundial, sin haberse aún difuminado.

El cine evolucionaba y las producciones locales volverían a voltear hacia la ciudad, casi en exclusivo a la capital del país, urbe mundana y vulgar, ensimismada. Condenado a ser campesino o pordiosero, México no parecía un protagonista atractivo en el cine.

Una nueva generación de cineastas capaces de adentrarse en el orden cinematográfico mundial vendría a sacudir la fermentada escena fílmica nacional durante la transición de siglo. Cuarón, Iñárritu y del Toro, exponentes mediáticos de esta corriente, pronto abandonarían el país para hacer un cine de carácter global. Paralelamente, un grupo de cineastas independientes, incluidos varios documentalistas, se preocuparían por hacer cine más sobre México. Fernando Eimbcke, Eugenio Polgovsky, Amat Escalante y Juan Carlos Rulfo alimentan una búsqueda coronada por el director mexicano más provocador de la actualidad: Carlos Reygadas.

Realizador sui generis, Reygadas no tuvo formación como cineasta: es abogado especializado en conflictos bélicos. Utiliza actores no profesionales y se caracteriza por su ritmo pausado, natural. Catapultado en Cannes 2002, ha realizado tres largometrajes: Japón (2002), Batalla en el Cielo (2005) y Luz Silenciosa (2007).

El director no vacila en excavar hasta lo más profundo de la humanidad de sus personajes, siempre interpretados con conmovedora ingenuidad. El cine de Reygadas se concentra en el humano y sus preocupaciones más íntimas. La fe y la culpa, la familia y la sexualidad. Los objetos se convierten en hitos narrativos: los lentes en Batalla en el Cielo, el reloj en Luz Silenciosa. El lienzo de sus personajes es un es un México deslindado de estereotipos o localismos banales. Mientras cada obra particular parece ocuparse de asuntos universales para el hombre, la filmografía conjunta delata un detallado tratado sobre la mexicanidad. Reygadas habla sobre lo humano, habla sobre lo mexicano.

Al ahondar sobre lo mexicano es inevitable recurrir a Octavio Paz. El autor describiría en 1950, a través de El Laberinto de la Soledad, el origen de nuestro colosal lastre cultural. La obra conserva una vigencia prodigiosa. El mexicano según Paz es un problema para sí mismo y para el mundo, es una abstracción más. Solo y estoico. Enmascarado, oculto en sí mismo, esperando ser. Medio siglo después, el mexicano retratado por Reygadas es el mismo.

Los mexicanos que protagonizan la trilogía de Reygadas son opuestos. Unidos por su única escala común: la humana: En Japón, el hombre llega a un pequeño pueblo, huyendo de la ciudad, a terminar con su vida. Lo aloja Doña Ascen, devota mujer de pueblo que conmoverá la perspectiva del visitante. Batalla en el Cielo presenta a Ana, joven de alto nivel socioeconómico que se prostituye por diversión, y Marcos, su chofer, quién acaba de matar junto con su esposa al niño que intentaron secuestrar. En Luz Silenciosa, Johan es un entregado padre de familia menonita que de pronto debe confrontar su devoción por su esposa Esther contra la atracción hacia otra mujer, Marianne.

La elección de los contextos en los que se desarrollan las historias delata una búsqueda de la interrelación entre territorio y ser humano. El pueblo de Japón, aislado, inmerso en una barranca, es un retiro, el final de una huida. Batalla en el Cielo hace de la ciudad la protagonista, el Cielo, como metafóricamente anuncia su título. Luz Silenciosa representa dos pasos atrás, situada en el campo menonita donde las relaciones humanas se ven menos afectadas por factores como el dinero y la belleza física, es un lienzo más blanco.

Al igual que Paz, el cineasta identifica en el territorio mexicano una fuerza inherente y sobrehumana que encara al individuo y lo enfrenta a la realidad. La accidentada orografía del paisaje mexicano es frecuentemente capturada en panorámicas. La naturaleza se representa como una fuerza atemporal, aplastante y siempre presente, de ahí la escasez de fenómenos meteorológicos contra el énfasis sobre el medio natural y en especial, el relieve. Las barrancas de Japón, las irónicas planicies de Luz Silenciosa. Esta relación es particularmente fuerte en Batalla en el Cielo. El milenario altiplano-ciudad tiene vida propia y encierra a quien ahí habita, caos infinito ya descrito por Paz: en el Valle de México el hombre se siente suspendido entre el cielo y la tierra y oscila entre poderes y fuerzas contrarias, ojos petrificados, bocas que devoran.


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El mexicano es un individuo religioso y en mayor medida, un individuo ri-tual. Espiritualmente confundido, encuentra su fe a través de procesiones. En su nombre Doña Ascención carga con el destino del hombre que la visita. La mujer especifica que no es Asunción –la de la virgen María, provocada por ángeles-, sino Ascención, la de Jesucristo, que él mismo logra. El hombre es un suicida buscando la salvación.

Doña Ascen tiene una aproximación infantil a la religión. Pregunta al visitante sobre su figura predilecta entre la Virgen de Guadalupe y Diosito. Su devoción a la Virgen de Guadalupe es mayor que a la misma figura divina de la manera similar a la que un niño prefiere un personaje televisivo por encima de otro. El hombre responde que no reza. Ella reacciona: ¿ni a la virgen?

La Virgen de Guadalupe, Tonantzin evangelizada. Acierto mercadológico de la iglesia y madre que vino a curar la orfandad espiritual del México mestizo, hijo bastardo. Su figura materna rebasa credos y en esta tierra la mayoría son católicos pero todos somos guadalupanos. En Batalla en el Cielo, Marcos busca redención peregrinando a la virgen morena. Caras sangrantes, campanazos mudos. Música barroca. México es tuyo, le can-tan. Un pueblo se hinca pidiendo perdón a su madre.

Luz Silenciosa gira sobre el conflicto interior de Johan, quien contra toda norma social y religiosa, está enamorado de dos mujeres. Cuando su padre, ministro religioso, califica el romance como obra del maligno. Johan cree que amar a dos mujeres debe ser un regalo divino. Marianne es su esposa. En su nombre carga la devoción mariana, la vocación materna. Devastada por el adulterio, desvanece una tarde de lluvia –único fenómeno meteorológico protagonista en alguna escena del director– y muere. El ministro, velando a su nuera, insiste en que todo estaba escrito. Johan lleva su rebeldía moral al grado de sentirse responsable por la muerte de su esposa. Ester, amante de Johan, se presenta al funeral y revive a Marianne. Milagro.

Reygadas reconstruye el escenario sociocultural de una patria condenada. La estructura social está bien definida, explorando la relación entre élites socioeconómicas y sus asalariados. En un plano ajeno, campesinos un tanto distanciados del conflicto de clases. Los roles de género son dramáticamente acentuados. El hombre peca y huye, busca redención. La mujer, estoica y serena, es intermediaria entre el hombre y lo sobrenatural.

La fiesta. Catarsis, rito liberador. El mexicano se quita la máscara de la impasibilidad y se abre. El cine de Reygadas evade las celebraciones. El individuo permanece estoico y hermético, encubierto, ya su estado natural. Doña Ascen sirve pulque y mezcal a quienes derrumbaron su casa. No bebe. Su huésped tampoco. Ajenos al convite, observan la metamorfosis del hombre. Uno de ellos, embriagado, comienza a cantar Anillo de compromiso. Su voz es ronca y devastadora, aire áspero de una incisión profunda.

El fútbol, rito contemporáneo, aparece constantemente, casi siempre sutil. En Batalla en el Cielo, Marcos se masturba mientras sigue un partido de la liga mexicana. Imita el acento de un jugador argentino. El acto parece denunciar borrosamente ciertas perturbaciones del mexicano: malinchismo, sentimiento de inferioridad, homosexualidad reprimida.

Los humanos son apenas separados de los animales: los une su inherente sexualidad y mortalidad. Reygadas yuxtapone escenas sociales –una procesión religiosa o el izamiento de la bandera nacional– contra imágenes de sexo y muerte tanto humanas como animales. Reygadas, siempre terrenal, nos ubica en el momento de comunión entre carne y espíritu de sus protagonistas.


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En México la vida es, por sobre todo, objeto de redención. El ritual y el territorio son los agentes redentores en la obra de Reygadas. Funeral y relieve, lluvia y peregrinación.


(este ensayo fue escrito previo al estreno de Este es mi reino, cortometraje de Reygadas para Revolución, que se convierte en la obra en la que el director estudia más verticalmente al mexicano)

2 comentarios:

christian dijo...

¿Y estudiaste Arquitectura? wow! Fascinante... fue uno de mis cortos favoritos, ¿cuántas fiestas no terminan así en México? He estado en varias...
¿qué te pareció el de Naranjo? Para mí es uno de los que captura el sentir mexicano de siempre, y el de Pla también.

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